Panamá es, probablemente, el país de América Central que cuenta con una mayor y más rica tradición en lo que a mitos y leyendas se refiere. La mayoría de ellas proviene de sus zonas del interior, las más rurales, y es este entorno salvaje y mágico quien confiere el toque misterioso a infinidad de relatos que se han transmitido de generación en generación. La leyenda que hoy nos ocupa es la de la Tulivieja o, también como se le conoce en otros países, la Llorona; una historia en la que su protagonista es una joven de belleza sin par.
Ubicada temporalmente en fechas anteriores a la llegada de los conquistadores españoles al continente americano, la leyenda relata como, en una comunidad tribal, la belleza inigualable de una muchacha la hace destacar y ser el objetivo de toda expectativa amorosa por parte de los lugareños. No hay un solo hombre en el poblado que no anhele ser su correspondido y lo atractivo de su físico es tal que trasciende a los demás puntos de la región.
Sin embargo, la protagonista, sin contarle absolutamente nada a nadie, ya había depositado su amor en un joven que, también con discreción, esconde al resto su secreto: ser el afortunado que disfruta del amor con la mujer más bonita entre todas. Sus encuentros se producen con sigilo, casi furtivos, pues ya sea por timidez o por respeto máximo a sus autoritarios padres, prefieren ni armar revuelo ni ser el centro de las habladurías. El caso es que se aman sin que nadie lo sepa y se entregan el uno al otro en todos y cada uno de sus encuentros.
Como consecuencia de su aventura amorosa, la joven queda embarazada y, para su sorpresa, su amante le cuenta su intención de huir presa del pánico ante las más que probables represalias paternas y el dedo acusador de la comunidad. Es el comienzo de la tragedia. La muchacha, desolada y decidida a no dejar marchar de su lado a su amado, le promete llevar el embarazo con la mayor de las discreciones, le asegura que nadie notará que se encuentra en estado y que dará muerte al bebé que espera ahogándolo en el río.
Los días se suceden sin que nadie se percate hasta que la cuenta atrás llega a su fin. Fiel a lo que había prometido, y momentos antes del parto, se adentra en la selva y, junto al río, da a luz a un bebé al que, acto seguido, acalla su llanto sumergiéndolo hasta que muere. Es entonces cuando se desata la ira de Dios, quien la convierte ipso facto en un ser abominable de apariencia ciertamente terrorífica. Su rostro paulatinamente comienza a ser surcado por terribles marcas y, sobre todo, incontables agujeros. Las piernas sufren una transformación monstruosa pues parecen enflaquecer y alargarse de manera insólita mientras que sus manos y pies se tornan hacia detrás de manera inexorable y permanente. No sólo eso, la cólera divina sigue causando estragos en ella y pierde la cordura cuando contempla como la mayor parte del poblado, que había salido en su busca, la ve bajo su nueva forma y huye despavorida.
Desde entonces, cuenta la leyenda que se le oye llorar y vagar por la orilla del río; que, en ocasiones, recupera la radiante belleza de la que un día hizo gala mientras se baña en sus aguas y que, al percibir el más leve ruido, recupera inmediatamente la forma infernal con la que fue castigada y por la que recibe el nombre de la Tulivieja.