La Alta Velocidad Española (AVE), símbolo de la marca España, cumple tres décadas inmersa en un proceso de renovación constante y como protagonista de la nueva movilidad gracias a su carácter sostenible.
No obstante, el AVE cruza esta meta con asignaturas pendientes tales como la desigual extensión de las vías por todo el país y el elevado precio de sus servicios para parte de la ciudadanía.
De hecho, los principales actores en su desarrollo y comercialización coinciden: la nueva red debe ser más plural e inclusiva.
La línea que une Madrid y Sevilla inició su actividad comercial el 21 de abril de 1992, coincidiendo con la celebración de la Exposición Universal en la capital andaluza, y constituyó una de las locomotoras de la internacionalización de la economía española.
«El ferrocarril recibió un fuerte impulso a partir de 1986, con el acceso a la Comunidad Económica Europea y la puesta en marcha de planes de modernización», apunta en declaraciones a EFE el catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Alicante Javier Vidal.
El presidente de Renfe, Isaías Táboas, considera que el aumento de la velocidad comercial media ha permitido que «el AVE otorgue un nuevo valor al tiempo», favoreciendo su rol «revulsivo en el mercado del transporte colectivo en España».
Desde 1992, la red de AVE se ha ido extendiendo y en la actualidad une 67 ciudades de España a través de una red de más de 3.000 kilómetros y 13 líneas rápidas.
«Empezamos con menos de 20 trenes y 500 kilómetros de longitud entre 5 ciudades», recuerda en una entrevista con Efe la Ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, Raquel Sánchez, que valora el salto «cuantitativo y cualitativo» dado por el transporte ferroviario de alta velocidad en España en estas tres décadas.