
Llego el día más esperado para los Viñeros y para el cofrades gaditanos, el 1 de noviembre con la efeméride del maremoto de Lisboa y del milagro de la Virgen de la Palma Coronada.
A las 9 de la mañana en la iglesia de la Palma se celebró la celebración de la santa misa y luego tuvo lugar el rosario público y la bendición del mar en las murallas de la Caleta.
A las 12 horas, se desarrolló la Solemne Función con misa típica gaditana que oficiada por el obispo de Cádiz, Rafael Zornoza Boy.

A las 17.30 horas fue la tal esperada procesión de alabanza con la Virgen de la Palma Coronada por las calles del barrio de la Viña.
1 de noviembre de 1755
El terror se apoderó de los gaditanos aquella mañana del 1 de noviembre de 1755 cuando observaron incrédulos como el mar, con gigantescas olas de hasta 30 metros de altura, parecía querer engullir a la milenaria ciudad. Las aguas avanzaban violentamente entre las calles y muchas personas postradas de rodillas pedían la intervención celestial para salvar sus vidas de aquel terrible apocalipsis que parecía un castigo bíblico.
Horas antes, un espantoso terremoto, uno de los mayores de la historia , estimado entre 8,5 y 8,7 grados en la escala de Richter, durante 6 interminables minutos, casi destruye por completo Lisboa, causando más de 50.000 muertos. El epicentro del seísmo se halla en pleno Atlántico, en el Cabo de San Vicente.
Las consecuencias de dicho terremoto no se hacen esperar y la tierra tiembla en Madrid, Bilbao, Galicia, sur de Francia, norte de Italia y Brasil. Sólo en España perdieron la vida 1200 personas. El mar se agitó con inusitada violencia. Un gigantesco tsunami atenazó a toda la costa atlántica andaluza inundando ciudades y campos.
En Cádiz se viven auténticas escenas de pavor y ante el clamor popular varias iglesias y parroquias del casco antiguo de Cádiz decidieron sacar sus imágenes religiosas para intentar apaciguar las aguas.
En la iglesia de la Palma, el fraile capuchino Bernardo de Cádiz y el párroco Francisco Macías, junto a algunos vecinos sacan un estandarte de la Virgen de la Palma, junto a un pequeño crucifijo, con la esperanza que desde el cielo se obre el milagro. Y ante la mirada atónita de los presentes, el mar se detiene y retrocede como si se hallara ante un muro invisible, cuando se topa con la procesión y el grito del capuchino: “Hasta aquí, Madre mía”. El mar se repliega abandonando su impecable avance.









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