Un equipo de arqueólogos de la Universidad de Granada (UGR), el Instituto Valenciano de Restauración y el Servicio de Investigaciones Arqueológicas Municipal de Valencia ha dado a conocer una de las perfumerías mejor conservadas de la época romana hallada en Pompeya, en el sur de Italia.
En una nota de prensa, la UGR ha señalado que los resultados de este estudio han sido publicados en un volumen dedicado al artesanado en la Antigüedad por la editorial Archaeopress Archaeology (2020), y son fruto de varios proyectos de investigación en los que, además de abordarse la historia de esta casa, también se ha valorado el artesanado perfumero en la Via degli Augustali.
Se trata de una oficina de producción de perfumes ubicada en la Casa de Ariadna, una imponente domus (vivienda de las familias de un cierto nivel económico) que se localiza en el corazón neurálgico de esta ciudad campana, que tuvo una amplia vida desde el II a.C. hasta la erupción del Vesubio (año 79 d.C.).
Específicamente, este complejo productivo se ubicaba en uno de los flancos de la entrada sur de la domus. Esta tienda/laboratorio, inicialmente, tuvo contacto con el espacio habitacional pero, en un segundo momento, se independizó permitiendo únicamente su acceso desde un vial comercial denominado la Via degli Augustali frente al gran mercado de la ciudad (macellum).
Aunque esta instalación estuvo activa desde inicios del I d.C. hasta, aproximadamente, la mitad del I d.C. (cuando se produjeron varios hitos sísmicos), hay constancia de que esta manufactura se desarrolló en la zona desde, al menos, el II a.C. Esta cristalización del espacio ha permitido definir una organización gremial que se perpetuó en el tiempo.
«Además de una ingente cantidad de frascos y ungüentarios cerámicos y vítreos, que dan buena prueba de la venta al público de perfumes y ungüentos que se llevaba a cabo en esta tienda, también hemos podido analizar toda la cadena productiva y arrojar luz sobre cómo se producían estas esencias, con nuevos datos desconocidos hasta la fecha», ha explicado Macarena Bustamante-Álvarez, investigadora del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UGR y una de las autoras de este trabajo.
El primer paso para la elaboración de los perfumes romanos consistía en el prensado de aceitunas y flores, para obtener la base aceitosa del producto, así como las esencias florales. Para ello, los arqueólogos han localizado en la perfumería estudiada restos de una prensa que permitiría extraer los jugos de las aceitunas y las flores, mayoritariamente rosas de la Campania, caracterizadas en las fuentes clásicas como «más perfumadas que el resto».
Ambos productos resultantes se terminaban mezclando en unas piletas con revestimiento hidráulico, usando además como aglutinante algunas gelatinas de origen animal concentradas en algunas partes concretas del animal, principalmente cabezas y miembros inferiores de suidos.
Una vez maceradas, estas esencias podían ser «embotelladas» y estaban listas así para su adquisición en la perfumería. «En nuestro estudio planteamos además, que en esas instalaciones se prepararan ungüentos cosméticos usando grasas similares a la actual lanolina (una pasta generada por las glándulas sebáceas animales, fundamentalmente ovicápridos), un hecho que se deduce de la cercana ubicación de una oficina lanificaria, esto es, un lugar donde se lavaba y trabajaba la lana. En esos primeros lavados de la lana aún sucia se extraía esta grasa, que servía de base para algunos preparados cosméticos», ha indicado Bustamante-Álvarez.
En relación a cuál era la función de los perfumes en la Antigüedad, los investigadores afirman que, además de las posibles prácticas cosméticas e higiénicas similares a la actualidad, los perfumes podían tener funciones votivas, «por ejemplo, en los ritos funerarios cuando el cuerpo era ungido para que recobrase el decoro perdido y se acercase a la divinidad».
En otras ocasiones, los perfumes romanos eran usados como simples regalos que algún particular hacía con el fin de buscar el favor de sus conciudadanos, caso de las sparsiones (rociados) que se hacían en los espectáculos públicos; o bien para alimentar los depósitos de las lucernae (lámparas) para que su prendido fuera acompañado de olor.
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