La editorial Renacimiento acaba de reeditar, en su colección Espuela de Plata de narrativa, dos nuevas obras de la escritora y abogada Mercedes Formica, La ciudad perdida, publicada originalmente en 1951, y El secreto, difundida en 1953. El filólogo gaditano Miguel Soler Gallo, doctor por la Universidad de Salamanca e impulsor del legado de Formica, es el editor de estas obras que se presentan en un volumen al que le acompaña un prólogo de Luis Antonio de Villena. Se continúa así un trabajo de recuperación de la obra de Formica, que se inició en 2015 con la publicación de Monte de Sancha (1950), sobrecogedor testimonio de los primeros meses de la Guerra Civil en Málaga; en 2018, con A instancia de parte y dos obras más, volumen que reúne la novela corta Bodoque (1944-45), el cuento “La mano de la niña” (1951) y la célebre novela A instancia de parte (1955), que destapaba las terribles diferencias legales en el tratamiento del adulterio, penado únicamente en el caso femenino, y en 2020 con la aparición del volumen Pequeña historia de ayer los tres tomos de memorias, Visto y vivido (1982), Escucho el silencio (1984) y Espejo roto. Y espejuelos (1998).
Mercedes Formica nació en Cádiz el 9 de agosto de 1913 y falleció en Málaga el 22 de abril de 2002. Perteneciente a la generación del 36, destacó en la narrativa, en su profesión como abogada, una de las tres letradas en activo en el Madrid de los años cincuenta, y en diferentes medios de comunicación en los que colaboraba como articulista, especialmente en ABC. Precisamente, en este diario, publicó el 7 de noviembre de1953, tras tres meses retenido por la censura, el artículo “El domicilio conyugal”, en el que denunciaba la violencia machista en pleno franquismo e iniciaba con él una campaña para reformar leyes que situaban a las españolas al mismo nivel que los menores de edad, los condenados o dementes. Medios nacionales e internacionales, como The New York Times, The Daily Telegraph o la revista Time, se hicieron eco de las reivindicaciones de la gaditana que pedía la igualdad en el matrimonio. Sola, incomprendida y amenazada por el poder, hasta el punto de que quisieron quitarla de en medio en tres ocasiones, logró la primera reforma del Código Civil para incluir derechos a las mujeres desde la promulgación de este cuerpo legal en 1889. Leyes, por tanto, que habían estado vigentes en la Monarquía de Alfonso XIII, la II República y en el franquismo, en cuestiones del Derecho privado. La reforma, denominada en su honor, en un simpático juego con su apellido “la reformica”, abarcó 66 artículos, toda una proeza feminista en plena dictadura, que afectó a otros cuerpos como el Código de Comercio, Ley de Enjuiciamiento Civil y Código Penal. Significó el primer avance hacia la igualdad a nivel jurídico y de concienciación social.
En el campo literario, la obra de Formica permite conocer aspectos relacionados con la Guerra Civil, la situación social y jurídica de las mujeres y de la infancia o, en general, el compromiso con los desvalidos, a quienes las esferas de poder habían situado en los márgenes de la sociedad. En definitiva, temas que constatan el íntimo contacto que mantuvo con su realidad y la necesidad de recrearla en sus ficciones. En este volumen reciente se muestra el valiente compromiso de la autora en sus argumentos dando voz a quienes se encontraban en una situación de incomprensión y de exclusión de todo orden, con pocas posibilidades de sobrevivir frente a un marco ambiental en el que predominaba la opresión y la ausencia de comunicación. Formica utiliza la escritura para revelar experiencias traumáticas y ofrecerles la memoria necesaria para que sus testimonios sean conocidos y sus silencios escuchados, pese a las restricciones impuestas por la censura. La guerra civil española, que truncó las vidas de quienes sintieron la derrota, como le sucede a Rafa, un excombatiente republicano en La ciudad perdida, o la mentira y la venganza en El secreto que llevan a Adalberto a ser condenado por un crimen que no cometió tras un penoso proceso judicial, son los puntos de partida para desarrollar estos itinerarios al margen de lo establecido. Representan dos creaciones singulares y muy desconocidas del panorama narrativo español de los años cincuenta del siglo XX. La ciudad perdida tuvo una adaptación cinematográfica en 1955 dirigida por Margarita Alexandre y Rafael Torrecilla y, asimismo, en 1961, Luis Escobar llevó la obra a escena con el título de Un hombre y una mujer.
Cabe recordar que en Cádiz, su ciudad natal, el equipo de gobierno municipal retiró en octubre de 2015 el busto que la homenajeaba de la Plaza del Palillero, según se manifestó de forma pública, por “fascista, instigadora del Golpe del 36, fiel a la obra de Franco y seguidora del modelo de mujer del Régimen”. Se estaba ocultado el busto de una de las feministas que más han trabajado por la igualdad en España, la cual no solo reivindicó cambios en el papel o través de su voz, sino que sus aspiraciones quedaron recogidas en leyes. Todo porque, al producirse el divorcio de sus padres, en octubre de 1933, al quedar su madre, ella misma y sus hermanas en una situación lamentable, decidió afiliarse a la Falange, que en aquel momento surgía como oposición al gobierno republicano y al que consideraba responsable de haber destruido su mundo y su familia. Personalidades como Baroja, Azorín, Ortega y Gasset, Unamuno sintieron en algunos momentos fascinación por la retórica joseantoniana, y también Ridruejo, Torrente Ballester o Pedro Laín Entralgo. No obstante, Mercedes Formica dejó su vinculación política tras el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera. Su militancia, siempre desde el ámbito universitario, duró tres años, de 1933 a 1936, de los 20 a los 23 años.
No debe obviarse que el artículo 44 de la Ley de Divorcio de 1932, apartado segundo, regulaba el humillante “depósito de la mujer casada” por considerarse el domicilio conyugal “casa del marido”. La esposa en trance de divorcio (o de separación antes de la República) debía ser “depositada” en el domicilio de un familiar/conocido, un “depositario”, concertado por el marido, aunque este fuese un maltratador, lejos de donde vivía o, si no había opciones, en un convento, durante el tiempo del proceso que, con apelaciones, podía extenderse entre siete y nueve años, con restricciones para ver a sus hijos, como le pasó a la familia de Formica, al quedar el único varón en poder del padre y alejado para siempre de su madre y hermanas. Tampoco existía garantía de equidad en la repartición de los bienes, incluso pasaban al marido aquellos que eran propiedad de la esposa antes de contraer matrimonio. Carmen de Burgos o Margarita Nelken ya habían denunciado en su tiempo la misma situación que denunció Mercedes Formica en el suyo.
Por fortuna, en mayo de 2017, el Comisionado de la Memoria Histórica del Ayuntamiento de Madrid, con Manuela Carmena al frente, le dedicó una calle en su honor en el distrito de Salamanca, por su defensa de los derechos de las mujeres y la denuncia de la violencia machista.