No sé ustedes, pero yo no pienso volver a votar en este país, por lo menos hasta que los cuatro cenutrios que lideran los partidos desaparezcan de nuestra vista y de nuestra vida para siempre (vale, hay un quinto, pero sólo está ahí para llevarse unas pelas –él y sus colegas– mientras haya gente de buena fe que crea en un discurso en el que ni ellos mismos creen. Son la cuota friki de nuestra política interna). El espectáculo que están dando unos y otros es tan absolutamente lamentable que parece una de esas sesiones infumables de las preliminares del COAC, donde todos los repertorios son igual de horteras e igual de previsibles. Esto de la gobernabilidad de un país, con todo lo que ello conlleva, es un asunto demasiado serio como para dejarlo en manos de saltimbanquis que, lo demuestran día a día, lo único que pretenden es notoriedad personal y jubilaciones de lujo.
Todos repetimos hasta la saciedad, ya da igual hasta la ideología, que se están cachondeando de nosotros, que no engañan a nadie, que estamos hartos… Pero según una encuesta reciente casi el ochenta y cuatro por ciento de los españoles está dispuesto a ir a votar de nuevo e incluso entregar su sufragio al mismo caricato. Es decir: que la gran mayoría de nuestra piel de toro no oculta su intención de repetir casi exactamente el mismo resultado del pasado Abril. Yo diría que nos va la marcha, ustedes son muy dueños de decir lo que les venga en gana.
Luego nos quejamos a boca llena y por encima de nuestras posibilidades. Pero, ¿hacemos algo al respecto? Ni de coña, que para eso somos españoles y mucho españoles.
Y así vamos, dando tumbos, de topicazo en topicazo: tenemos lo que nos merecemos, por ejemplo. ¿En serio? Yo antes me peleaba con cualquiera que dijera eso a menos de dos metros de mí, aunque últimamente confieso que incluso yo he llegado a decírmelo en algún que otro momento de reflexión. Porque, seamos honestos durante unos instantes, ¿hemos sido de alguna manera proactivos en este tema? Es decir, ¿hemos hecho algo aparte de quejarnos? Yo no, desde luego, pero tampoco he visto a nadie que se haya echado a la calle para increpar a estos inútiles, algo que debería haber ocurrido ya hace tiempo. Siente uno vergüenza ajena al ver cómo dos líderes de la izquierda (mal que me pese) juegan al trompo en los platós de toda España mientras tratan de echarse las culpas el uno al otro de una forma tan infantil que da escalofríos. Ellos o sus DogChows, tanto-monta-monta-tanto.
Mientras, el país hecho unos zorros, a hombros de esos funcionarios tan malos a los que culpan sin pudor de todas las desgracias y a los que bajan el sueldo de inmediato en cuanto se les viene encima una ola más alta que otra en el proceloso mar de la economía global.
Por tener, tenemos incapaces de izquierdas e incapaces de derechas (tan pintorescos que uno de ellos se ha dejado barba para que lo diferencien del otro que antes era de centro). Tengo buenos amigos conservadores a los que oigo repetir el mismo mantra que a los progresistas pero con las siglas cambiadas. Esto me hace pensar, no sé si también a ustedes, que esta especie de grupo de supervillanos chungos y cañís empieza a ser un problema bastante serio para toda la ciudadanía, sean cuales sean sus ideas políticas. En este país somos tan patéticos que incluso fragmentamos las creencias en corpúsculos que nunca se ponen de acuerdo: tanto una parte como la otra están divididas entre los muy y los poco: Abascal es muy de derechas y Casado poco de derechas, por poner un ejemplo. En el lado contrario, ya saben, ídem de ídem.
Mientras tanto, casi el setenta por ciento de las familias españolas no es capaz de llegar al día diez de cada mes, mucho menos al treinta o treinta y uno. Tenemos un sistema educativo que hace aguas por todas partes a pesar y a causa de las tropocientas versiones de la Ley Orgánica que la articula; la justicia es más lenta que una tortuga reumática (e igual de fea); la supuesta recuperación de la crisis económica es una leyenda urbana en lo que respecta a los ciudadanos, que no ven la bonanza por ninguna parte; los bancos y compañías semejantes campan a sus anchas arruinando a las familias con productos tan usureros que harían sonrojar al mismísimo Mercader de Venecia de la obra de Shakespeare; Cataluña es un problema enquistado que nadie quiere o sabe solucionar…
¿Por qué ocurren todas estas desgracias? ¿Somos una nación maldita?
Vamos, por favor, si ya saben la causa… aquí nadie es tonto aunque nuestros políticos (tan dados a poner sus palabras en nuestras bocas) crean que sí: porque les importamos una boñiga de vaca, a todos. Esto es un juego de egos, una partida solitaria, casi una masturbación ideológica. El juego del yoyó, el más insolidario que existe, en manos de una panda de aprovechados que usa las gónadas en lugar de las neuronas, eso tan español de “mis cojones por encima de los tuyos”. Ni siquiera han hecho el intento de pactar, de tratar de entenderse, de establecer una negociación real. El único movimiento que conocen es el enroque, la falta de acción. Y tienen tan poca vergüenza que lo hacen a cara descubierta, sin pasamontañas ni nada a pesar de estar atracándonos.
Llegará Noviembre, un mes cruel, y unas nuevas elecciones que nos habrán hecho treinta y ocho millones de euros más pobres a todos los españoles. Durante las dos semanas previas al domingo elegido nos taladrarán la cabeza con mentiras y sonrisas de muñeco, muy ufanos, muy convincentes, todo para volver a repetir la jugada…
No puedo quitarme de la cabeza una vieja canción de los ochenta, de un grupo llamado Killing Joke (qué irónico, el Chiste Asesino), que desgranaba unos versos proféticos:
De vuelta a la casilla de salida,
otra putada del Imperio…
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