En esta ocasión no vengo a promulgar la verdad, sino dos reflexiones. Y que en este momento y dado las fechas que nos encontramos me apetece compartirlas con vosotros.
Un año más estamos sumidos en plena voragine navideña. Las ciudades se transforman en gigantes luminosos atestadas de gente con bolsas yendo de un lado para otro, mientras las televisiones y los periódicos bombardean con anuncios dándonos ideas en las cuales gastar nuestra paga extra, esos los que tengan la suerte de tener un trabajo y por lo tanto poder tenerla.
¿Cuál es el sentido de la navidad? Hace bastantes centenares de años, en estos días se celebraba la resurrección del sol. Se celebraba la noche más corta del año, ya que a partir de aquí los días se irían haciendo más largos, la luz vencería a las tinieblas.
En estos días el pueblo estaba unido, se estrechaban los lazos y se disfrutaba la fiesta en armonía. Aquí nació la costumbre de dar un regalo, un simple detalle sin apenas valor material, pero que suponía un gesto de hermandad en unas fiestas tan especiales.
Posteriormente con el cristianismo, y al margen de las creencias religiosas, estas fiestas no variaron en su significado íntimo. Seguían siendo días de solidaridad, de comunidad, de familia, de cariño. Días en los que olvidar la pesadez de la vida cotidiana para pasar unos días de comunión, cada uno con los suyos. Días en los que el trabajo, el dinero y los problemas perdían su sentido, siendo sustituidos por hermandad y amor.
¿Queda algo hoy en día de todo esto? Solo falta echar un vistazo estos días a nuestro alrededor: Gente comprando como loco, para ellos no hay crisis, da igual pedir préstamos a intereses elevadísimos y que no saben siquiera si podrán pagarlos en el futuro, ante todo hay que comprar, comprar, comprar. Las luces de navidad que cada vez empiezan a funcionar antes marcan el pistoletazo de salida.
Los detalles que se regalaban antes han dado paso a ordenadores, consolas, televisiones… Los regalos ya no se miden por su significado, sino solo por su dinero. Por todos lados se nos recuerda que estamos en navidad. No para que seamos felices, no para recordar las creencias religiosas de nadie, no para unirnos a nuestra familia y a nuestra gente, sino para que no nos olvidemos de comprar.
Los regalos, la lotería, las cenas, y porque no, que nos demos un caprichito para nosotros, pero ante todo comprar. Se le recuerda al que no tiene dinero que eso da igual, que nadie se va a acordar de él por sentimientos familiares o amistosos, que si quiere ser alguien en estas fiestas tiene que comprar y regalar. Desde las administraciones públicas y los centros comerciales se hace un gran esfuerzo para recordarnos a todos cual es el nuevo espíritu navideño, y que vayamos preparando las tarjetas de crédito.
No importa cuantas bombillas haya que encender, aunque estemos a las puertas de un colapso energético, no importa cuanto papel haya que gastar en catálogos y revistas, todo tendrá su recompensa para ellos.
¿Y qué ocurre con las familias, con la solidaridad? Muchos podréis objetar que las familias se juntan, que parientes que no se ven en mucho tiempo pasan una o dos noches juntos. Al fin y al cabo algo pervive del sentimiento original de estas fiestas, pero realmente, ¿qué sentimiento familiar es el que hay? Familias rotas, la gran mayoría de ellas por el dinero, por hijos que no han heredado lo que querían, por hermanos que no han compartido lo que los otros exigían, abuelos olvidados en este pozo sin fondo de materialismo y egoísmo.
Familias que tratan de fingir por una noche que son realmente familias, aunque en la mayoría de los casos se reduzca a una competición para ver quién ha conseguido mejores coches, pisos, trabajos, etc. durante el año.
Atracón de comida, sentimientos fingidos y al día siguiente todo olvidado, nuevamente cada uno con su vida, a pensar que es lo próximo que se pueda comprar, o cual es la forma más rápida de conseguir dinero, aunque sea pisando a tu propio hermano o padre. Falsedad, hipocresía, consumismo desenfrenado, esto es lo que queda de la navidad.
Ya no renace el sol, vivimos en un mar de tinieblas materialistas en las cuales cualquier valor superior se ha perdido. Sin duda, estas navidades modernas, con sus papás noeles cargados de codicia y maldad y sus reyes magos repartiendo falsedad en medio de una orgía consumista, son la antítesis de las navidades antiguas, llaménse como tal, llamése solsticio de invierno, renacer del sol… ahora más bien parecería que estamos celebrando el renacer de la oscuridad y la maldad. Feliz falsedad.